Liderazgo y responsabilidad

Hoy en día, si nos asomamos a la realidad de nuestras empresas, observamos que, en todos los niveles de la organización, hay quienes obedecen y quienes mandan, y su liderazgo afecta a los intereses de otras personas, del medio ambiente y la sociedad. Comprender por qué y cómo se distribuye el poder se vuelve fundamental en una organización estructurada en niveles jerárquicos.

En el ámbito empresarial, el reconocimiento de la autoridad es una forma de obediencia en la que no existe sumisión ni dominio, sino aquello que san Agustín define como una “ordinata concordia”, en la que cada uno encuentra su propio lugar sin restricciones. Si profundizamos en el tema de la relación jerárquica, nos puede llevar a cambiar drásticamente nuestro modo de relacionarnos con nuestra organización.

Recordando a Frédéric Gros, identificamos tres cualidades necesarias para mandar, o ser líder, y que quien obedece lo haga de buena gana:

• La competencia: se obedece a un jefe porque es el mejor, porque tiene conocimientos y tiene experiencia. Esto es válido, pero no basta.

• La virtud: se obedece de buen grado a aquellos que, con su ejemplo, muestran su integridad moral. Tampoco es suficiente: es una dimensión subjetiva y no relacional; se ve a la persona como alguien desvinculado de la organización, un héroe que, con su capacidad, fuerza y valentía, legitima su mando.

• La diligencia: esencial para establecer la legitimidad de la autoridad, la cualidad clave del líder, que supone actuar prestando una atención constante a los demás.

Esta es la base de la relación entre los miembros de la organización, y es en esta dimensión donde se llega a la “disolución ética de la distinción entre mando y obediencia”.

Liderar significa, por tanto, mirar por los otros buscando un fin compartido, y es coherente con el principio de eficacia. Aquellos que tienen la responsabilidad de mandar están al servicio de los demás, del bien común. Por lo tanto, en esencia, incluso aquellos que mandan, en realidad, obedecen.